HOLA AMIG@

Amigo de las letras y de los sones que ellas encierran, agradezco tu presencia en esta sinfonía de palabras, que sólo enmudecen para escuchar tu silencio. El precioso silencio de quien disfruta de la lectura. Te dejo mis versos y mis cuentos, para que vayas despacio, hacia tu propio encuentro.

lunes, 28 de marzo de 2011

Déjalo ser


Ilustración: Nicolás Dmitruk
(Artista Ruso)
 
Prepara ya la cena…
el tiempo apremia y yo cada vez más lento.

No olvides de abrir el vino añejo,
aquel que dejamos pendiente
cuando en sorbos adormecidos
nos sorprendió la tarde...
(y tuvimos que volver al presente).

¿Recuerdas?
Cuando soñábamos despiertos,
construir un nido para  dos
entre los trastos de los recuerdos...
(y olvidamos que somos parte de ellos).

Abre el vino y déjalo reposar un rato
entre vahos somnolientos;
para que madure en nuestras bocas
el fuego que encendimos hace tiempo.

Y déjalo ser…
braza y ceniza en el mismo caldero,
que arda despacio en el pecho
y que sus frutas escondidas,
abran en miel la dulzura de tus besos.

Déjalo ser…
aunque ya estemos viejos.

jueves, 24 de marzo de 2011

Ahora, otro tiempo


(Imágen Nicolás Dimitruk -Artista Ruso)

Se llamaron a silencio las chicharras,
ahora el otoño de ocre se avispa;
y bajo la tenue llovizna de la tarde
un chaguar en los roquedales anida.
Silencio de campo mordiéndose a sí mismo,
sublime monumento del  acto reflexo,
donde el cuerpo responde al estímulo
de ser su tallo, su flor y su nido.
Imperiosa soledad del camino
que llama con campanas de nubes
bajo el cielo plomizo,
a arder en la llama del poniente
cuando ya todos se hayan ido.
Silencio y tumba
otoño de paz y sosiego;
luna cobija de hilachas llena,
pobre poncho del mendigo,
busco tu mirada allá lejos
donde de niño escondí mis miedos.

Eduardo Albarracín

Vida


Vida.
Sólo vida quiera la vida…
Y  espera.
Espera que la dejen ser ella misma
en el minúsculo apartamento de la célula,
en el minucioso pentagrama de la cuna,
en el latido apresurado de las orillas
del mar de las sangres unidas.
Vida.
Sólo vida quiere la vida…
Y espera.
Espera que la tomen en serio
en la aurora sublime del vientre,
en el seno húmedo y tibio de la simiente
Y en el pezón azul de la leche.
Vida.
Sólo vida quiere la vida…                                                      
Y espera.
Espera darte, como sagrada recompensa,
Una mirada desde el alma
para agradecer tu entrega.

Eduardo Albarracín
Adhesión al día del niño por nacer

Vivir en ti


En la nimiedad de mi esencia,
barro de lodoso fondo,
ahuecado de ausencias
mi corazón te reclama.
Busca, en la sedosa parsimonia
de los tulipanes,
tu vientre de cristal
para fecundarlo en ilusiones,
y volver en vino y en panes
al retoño de la savia
que  escondieron los leños.
Si me devolvieras la luz
y llenaras mis vacios de sueños,
te amaría sin mezquindades,
y aún reseco…
mientras espere el alba,
mis labios de arcilla beberán de tu boca     
                                                                el aliento  de tu alma.

Eduardo Albarracin
(Ilustración Rusa tomada de Internet)

lunes, 21 de marzo de 2011

Paloma de vuelo trunco


   (Ilustración tomada de Internet)
Bebió todo el whisky que quedaba en la botella. Al ritmo de la música que giraba en la compactera, se fue quitando la ropa y contoneaba su figura mientras se acariciaba el pecho. Cuando quedó totalmente desnuda,  la luz de la luna le bañaba el cuerpo en ondas de nácar y, extendiendo sus brazos, salió volando por la ventana.
A la mañana siguiente, muy temprano, un campesino la levantó herida; se había enredado en los cables de alta tensión y caído al suelo. Por el anillo que tenía en su pata, supo que era mensajera.

Eduardo Albarracín

viernes, 18 de marzo de 2011

Epitafio


(Imágen de Internet)
 Nadie vio nada. Los que dicen haber visto, dibujan historias en la trama sutil de la novela, y acomodan sus delirios a las voces que reclaman.
Los que investigan, llenan papeles y sus escritos abultan los cuerpos del expediente.
En el silencio conmovedor de aquella tarde, cuando la primera luna del cuarto menguante asomaba a sus espaldas, el último diálogo cerró el  capítulo más trascendental de la historia, y selló para siempre la verdad irrefutable.
Sobre la verde lápida, el epitafio quedó escrito con sangre: Ojos que ven, corazón que ya no siente.

Eduardo Albarracín

lunes, 14 de marzo de 2011

Un susto para la muerte


La muerte se acicala frente al viejo y desvencijado espejo del vestíbulo. Cada noche se prueba una nueva máscara tratando de disimular su belleza. Se ve linda y atractiva y sus gestos sensuales ya no le parecen tan terroríficos.
–Es que ahora hay muchos tontos que me coquetean  -se dice a ella misma.
–¡Déjalos! -le grita furioso el espejo poniéndose rojo de vergüenza, y por poco no la mata del susto.

Eduardo Albarracín
(Imágen tomada de Internet) 
 

sábado, 12 de marzo de 2011

El viejo del Pabellón 4

Recorro la infinita lentitud de la espera,
asumiendo en mi carne la razón de las horas.
Día tras día, como un fuego que se apaga,
ansío el solplo nuevo que me devuelva la llama.

Aquí estoy ahora, pagando no sé qué deuda,
dejado como señuelo en casa de empeño.
De poco valor si se pierde
y sin emportancia si se recupera.

Para algunos soy el viejo del asilo,
para otros el número 20 del pabellón 4;
para mí, una hoja seca de antiguos otoños,
y para ellos, la cuota más alta del presupuesto.

No hay razón  para tirar a los viejos,
la razón es apenas una hipótesis.
El dolor es un premio a la miseria,
y la alegría ... ¿qué cosa era?

Eduardo Albarracín
                                                                                                 (Imágen tomada de Internet)

martes, 8 de marzo de 2011

A Nelly, mi querida Esposa (Poema galardonado con el "Turpial de Mirra" del Concurso internacional de poesía "El Valor de la Mujer" por el día internacional de la Mujer, organizado por la Sociedad Venezolana de Arte Internacional, Marzo de 2011)



Recuerdo el día y hasta la hora,
después de treinta y siete años,
cuando tu hermosa figura
casi  tímida en sus pasos,
recorría los metros que separaban
nuestras vidas por razones de trabajo.
Nunca imaginé, que ese aserto del destino,
sería para ambos el génesis de nuestro universo;
cuando  yo, un Adán desnudo de afectos,
recibía de Dios el regalo de su misterio.
“No es bueno que esté solo, haré para  él
una Eva de carne y hueso”.
Y fue ahí donde caí en profundo sueño,
para dar el sí que nos uniría a ambos en uno.
Después vinieron, desde esa arcilla moldeada
a fuerza de amor y compromiso,
los brotes de nuestra savia
creciendo en hijos,
y en ellos tu sangre y mi sangre
se volverá  río cuando un día lleguen los nietos.
Ese sueño profundo
que Dios quiso que soñara despierto,
fue posible porque tu corazón de mujer
sigue latiendo al unísono con el pulso secreto del cielo;
y en tus manos, en tus labios y en tu pecho,
palpitan a salvo todos mis sueños.
Gracias Nelly, mi amor, por todo lo que me diste.
Sin ti, hubiera sido hojarasca reseca
aunque viviera en el paraíso.

Eduardo Albarracín







Destino de Palabra


   
Primero fui cuerda tensa,
Luego flecha disparada.
Di de lleno en el blanco y me hice palabra,
Luego sangre…
y finalmente poesía

Desde lejos se oyen rumores,
sones de versos escondidos,
y sobre el espejo bruñido de otros soles
tu nombre va tejiendo un enigma.

Serás acaso la mujer que anhela mi pecho
para acurrucar en noches de frío,
O será sólo el vano clamor de mis sueños
Que aún busca ese fuego encendido.

Primero fui  cuerda tensa,
luego flecha disparada.
Errante van mis ojos detrás de la nada
y vuelvo a estar solo…
vuelvo a ser poesía.

Eduardo Albarracín

lunes, 7 de marzo de 2011

El Cuaderno Nº 3 (Violencia de género)

  Oleo de Ernest Descals

Con sus tapas ajadas y las hojas acigarradas y sucias de tanto manoseo, el cuaderno reposa sobre la mesita de noche esperando ser abierto nuevamente.
            Es el ejemplar Nº 3 y hasta ahora último de una serie de pequeños tomos de 50 hojas, donde discurren alternadamente, escenas que desgarran   y otras que se suavizan en ilusiones, como partes indivisibles de una misma historia de violencia de género, que siniestramente  aprendimos  a disimular en la cultura machista que gobierna en todos los ámbitos.
            Su autora, Margot de la Serna (nombre de guerra), desgrana de manera azarosa sus vivencias en: “Confesiones de una prostituta”.
            En los momentos de “descanso”, Margot  se dedica a la escritura. Un modo de gritar, en la silenciosa vastedad de todas las ausencias, un pedido de auxilio para su alma en pena.
            En ese drama se entrelazan, casi con furia, el vacío afectivo que, desde su más tierna infancia, la confundió con la idea de que así era la vida; dura y penosa. Y le puso el sello de la ignominia. La adolescencia apenas la conoció de paso, y en loca carrera la lanzó a la adultez con apenas quince años, aferrada a las relaciones carnales con la pobreza extrema. Su vida fue un grito que nadie escuchaba; un fulgor de fraguas ardientes que forjaron el acero de su carácter,  en sedosa resignación y entrega, en la codicia ciega de los dueños de la noche.
            “–Hoy es domingo  -escribió en la primera plana-. Para el común de la gente es día de familia, de encuentro; día de compartir en la mesa los anhelos y los éxitos, los desafíos y las frustraciones de todos y cada uno de sus miembros; pero también es el día en que se llora a los que faltan.
            Luego vienen una serie de jeroglíficos y anagramas indescifrables, que acusan un alto en la escritura. Hay una pausa impuesta, quizás por los nudos que acostumbran a anudar las gargantas afligidas, que se quedan sin la expresión justa.
            “–Para mí, este es un día de lamento -continúa la escritora-. Mi “familia” está compuesta por otras prostitutas que, como yo, tienen asegurada la cama, pero no así la mesa; porque la mesa donde se come es de amarga madera, y su mantel no tiene el olor del pan que se amasa en la intimidad de la familia, sino de aquel que amasa el dueño del prostíbulo para el cual se trabaja; y por lo tanto no es mesa duradera, sino que cambia constantemente como los rostros de los que se sientan a ella.
            “–En este oficio de satisfacer el instinto animal de los cavernícolas de estos tiempos, sólo se aprende a ser bestia domesticada, de suaves modales y boca caliente. En este oficio, aprendí a vender, no tan solo mi cuerpo, sino también las vanas ilusiones de los que desean ser poderosos, aunque en unos minutos se les esfumen sus sueños. Ser prostituta no es ser pecadora, es ser víctima.
            Y vuelven los tachones sobre lo escrito, como queriendo ahogar algunos recuerdos, o tal vez palabras que no se condicen con la brutalidad del relato, porque no tienen parangón con la letra escrita.
             “–Yo me remonto ahora -dice-, como un rustico barrilete de papel y engrudo, con su cola de trapo anudada en jirones sucios, a la memoria azulada de mis años juveniles, cuando la rebeldía anclada en la sangre, me llevó a buscar, por falsos caminos, la huella de un destino mezquino y huidizo. No era lo que yo quería, pero era la forma de hacer notar que mi grito silencioso, buscaba ecos que le devuelvan la seguridad de una existencia hasta ahora negada, casi suprimida.
            “– ¡Qué mal que me salió la jugada! -prosigue- Hoy no tengo nada, sólo el mismo dolor con un matiz diferente. Sigo siendo nadie en la espesura de la noche que duerme, bajo la luz tenue del engañoso placer del sexo. A costa de mi libertad, hago libres a los oprimidos de sus esclavizantes fracasos. Soy una simple prostituta, nada más que eso.
            “–Tengo el alma marchita, como una flor arrojada al viento caliente del norte, como una hoja de otoño pisoteada y quebradiza, aunque mi figura, sensual y provocativa, se asemeje al deseo de poseer que los hombres corporizan en mis senos, mi vientre o mi trasero.
            “– Quiero irme de este mundillo apestante de putrefactas rutinas; pero de nuevo me veo sola y rechazada por una sociedad cruel, de donde salen los  señores que me poseen; y me vuelvo sobre los mismos pasos, a seguir entregándome bajos los fingidos espasmos de orgasmos inexistentes, para llenar de gozo al machismo recalcitrante de mis amos. Soy una pobre prostituta, nada más que eso.
            “–Siento en la piel del alma el rencor por mi propia vagina, la detesto. Como perra angurrienta devora las hordas salvajes de las aberraciones consentidas, porque no soy dueña de ella, sólo soy su tenedora, su continente, que a veces repulsa los sucios  amasijos de carnes inertes, que se empecinan en sentirse hombres. Otras veces haciendo alarde de sus dotes, se pertrechan tras los muros viles de sus egoísmos. Yo sólo soy la prostituta, nada más que eso.
            “– Estoy sola, vacía y desmembrada. Tengo  treinta y cinco años de penumbras sobre la piel de este monstruo sensual y delicado, llamado Margot de la Serna; que aprendió a dar caricias sin recibir ninguna, ni cuando niña, en el hogar que me expulsó con la indiferencia, porque el hambre dictó la ley del sálvese quien pueda. Tampoco las tengo ahora, como retribución del placer que vendo, negándome a mi misma.
            “– Cuando la muerte me honre con su manto de olvido, bajo la  piedra fosal que tape mi vergüenza, sólo descansarán mis huesos;  porque mi alma ardorosa de justicia,  buscará en Dios el remedio para sanar sus heridas; y entonces, sólo entonces, quizás conozca la vida.
            El Cuaderno Nº 3, con su tapa ajada y sus hojas acigarradas y mugrientas, espera ser abierto nuevamente. Quizás entre sus páginas esté la llave maestra que abra todos los candados.

Eduardo Albarracín

domingo, 6 de marzo de 2011

Decir Amor



Decir Amor es...

decirlo sin palabras, decirlo con la mirada,
decirlo con las manos estrujándonos el alma
sin negar la necesidad de una lágrima.

Decir Amor es decirlo con la piel en llamas.

Decir Amor es...

Lastimarse los labios
mordiendo por dentro las palabras
que puedan abrir heridas
que en cicatrizar tardan,
y es también reír con fuerza 
cuando la alegría estalla.

Decir Amor es gritar tu nombre
cuando el mundo calla.

Eduardo Albarracín

Mi Credo



(imágen de Internet)

Sí, creo…

En la poesía donde los versos juegan,
en la luna taciturna que embriaga a los poetas
y en el ramo de rosas olvidado sobre la mesa
cuando  la pasión se acaba.

Sí, creo…

En el dolor de las madres que pierden un hijo,
en la herida abierta que deja la indiferencia
y en el oráculo de las tardes cenicientas
cuando las lágrimas empañan  los sueños.

Sí , creo…

En el silencioso dolor de los viejos,
en la marchita soledad de su mundo vencido
y en las manos callosas de tanto refregar olvidos
cuando los hijos no vienen.

Sí, creo...

En la amistad a ultranza más allá de los defectos,
en la puesta de sol a orillas de un río cuando ya no hay pesca
y en la palabra oportuna cuando  falta el aliento
y la muerte parece más cerca.

Sí, creo…

En el amor que renace después de las tormentas,
en el arcoíris de una  nueva alianza
y en el sutil vuelo de las mariposas de primavera
cuando estalla la esperanza.

Sí, creo…

Y por creer nada me falta.

Eduardo Albarracín

miércoles, 2 de marzo de 2011

La Iguana

  (Iguana - Foto propia)

En el parque de mi casa de campo, vive desde hace ya un buen tiempo, una familia de lechuzas que construyeron su cueva casi al pie de una pequeña yuca. En el principio era sólo una pareja, ahora ya son cuatro. Pensaría que es el matrimonio y sus dos hijos.
A la siesta, suelen entrar en el galpón por una rendija que queda entre el portón y la pared, y allí se protegen, en el verano del sol y en el invierno del viento. Cuando yo llego y abro el portón, hacen alarde como si fuera que voy a atacarlas, pero luego se tranquilizan y salen volando y se posan en la copa de los árboles cercanos al nido. Desde allí observan mis movimientos. En verdad, me tienen por un intruso.
Hace unos días, mientras cortaba el pasto, escuché que las cuatro - al unísono -  gritaban alarmadas desde distintos lugares y me obligaron a mirarlas. Ahí descubrí que todas miraban, con sus ojos más redondos que nunca, hacia el nido, y me obligaron a mí también a dirigir hacia allí la mirada. La alarma estaba bien fundada: Una iguana se adueñaba de su casa. Era una salteadora en plena siesta que aprovechándose de la ocasión, entró a comer lo que había en casa de la familia lechuza.
Rápidamente pensé en la camada de huevos o quizá en los polluelos indefensos dentro de la cueva, y supuse el dolor que sentirían las lechuzas al ver, impotentes, este siniestro destino.
Tomé parte por ellas y provoqué algunos movimientos tratando de que la iguana saliera de la cueva, pero no tuve éxito. Al rato la vi salir, con su lengua viperina relamiéndose el hocico, lo que me indicaba que estaba satisfecha de su almuerzo. Las lechuzas se lanzaron en vuelo rasante sobre ella pero no lograron amedrentarla. Estaba tan llena que no podía moverse.
Parada en la puerta de la cueva, como dueña y señora de su casa, esperó un rato que se le asentara la comida, tanto que me dio tiempo para traer mi celular y fotografiarla. Hasta podría decir que "posaba" para la foto la muy descarada.
Esto no es más que una rutina en la vida silvestre. Es tan frecuente como lo es la necesidad misma de vivir que tenemos todos en el reino animal al que pertenecemos; pero no obstante me dejó sabor a bronca.
Y asocié rápidamente con lo que pasa en nuestra sociedad humana. Cuantas iguanas y cuantas lechuzas convivimos en este peligroso juego del sálvese quien pueda, al que lamentablemente nos estamos acostumbrando.
Vivimos en una sociedad cuyos valores suenan a anécdota. Decir hoy que se es respetuoso del otro, servicial, honesto, es ponerse en el tapete como una especie en extinsión. Un dinosaurio de la moral y la ética.
Cuantos nidos con sus polluelos son hoy asaltados y saqueados por los inescrupulosos que hacen su sucio negocio con el alcohol y la droga, contaminando el cuerpo y el espíritu de nuestros jóvenes; cuantas iguanas carroñeras hacen sus diferencias prostituyendo a nuestras hijas, y cuantas lechuzas indefensas que no aprendieron a defender a sus hijos los entregan sin escrúpulos por unas miserables monedas, haciéndole el juego a los enemigos de la vida. Cuanto hay de todo esto en nuestra sociedad llamada moderna, pero en el fondo cavernícola, pues a pesar de todos los adelantos estamos más atrasados que nunca.
Cuanto dolor provoca, a diario, el asalto a la vida misma. No es lo material lo que importa, sino la vida que para esos salteadores no tiene valor y que solo es un circunstancia en el tiempo. Así como la iguana de mi historia, se quedan impasibles frente al daño que causan y se regodean en la impunidad que parece asistirlos.
¡Qué lástima! Cuanto hemos perdido y que poco hemos ganado con la llamada libertad y los derechos humanos. Derechos humanos es tener trabajo digno con salario digno. Tener salud y educación para crecer como personas y como sociedad en su conjunto. Tener libertad es desarrollarse en armonía y no desafiar a los trenes cruzando con las barreras bajas. Tener educación es tener la posibilidad de educar a nuestros hijos en los valores de la libertad y el compromiso ciudadano y no enseñándoles desde pequeños a transgredir las normas. De verdad, para estar a tono con los tiempos que corren, hemos tenido que aprender a vivir roles alternativos, entre víctimas y victimarios. Nuestra sociedad es una selva sin códigos, hoy iguanas mañana lechuzas.
No nos resignemos a que saqueen nuestros nidos. Los bienes materiales son tangibles y pueden, o no, recuperarse; pero el espíritu, el alma de nuestros jóvenes es un bien intangible, cuyo valor es inconmensurable y cuando esto se daña o se lastima, es irreparable. No pensemos egoístamente; nuestros hijos, los hijos de la carne, son hijos de la sociedad y así como nosotros, ellos también le pertenecen y en sus manos está y estará por siempre, la impronta de nuestra conducta.

Eduardo Albarracín