Recuerdo el día y hasta la hora,
después de treinta y siete años,
cuando tu hermosa figura
casi tímida en sus pasos,
recorría los metros que separaban
nuestras vidas por razones de trabajo.
Nunca imaginé, que ese aserto del destino,
sería para ambos el génesis de nuestro universo;
cuando yo, un Adán desnudo de afectos,
recibía de Dios el regalo de su misterio.
“No es bueno que esté solo, haré para él
una Eva de carne y hueso”.
Y fue ahí donde caí en profundo sueño,
para dar el sí que nos uniría a ambos en uno.
Después vinieron, desde esa arcilla moldeada
a fuerza de amor y compromiso,
los brotes de nuestra savia
creciendo en hijos,
y en ellos tu sangre y mi sangre
se volverá río cuando un día lleguen los nietos.
Ese sueño profundo
que Dios quiso que soñara despierto,
fue posible porque tu corazón de mujer
sigue latiendo al unísono con el pulso secreto del cielo;
y en tus manos, en tus labios y en tu pecho,
palpitan a salvo todos mis sueños.
Gracias Nelly, mi amor, por todo lo que me diste.
Sin ti, hubiera sido hojarasca reseca
aunque viviera en el paraíso.
Eduardo Albarracín
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