Recorro la infinita lentitud de la espera,
asumiendo en mi carne la razón de las horas.
Día tras día, como un fuego que se apaga,
ansío el solplo nuevo que me devuelva la llama.
Aquí estoy ahora, pagando no sé qué deuda,
dejado como señuelo en casa de empeño.
De poco valor si se pierde
y sin emportancia si se recupera.
Para algunos soy el viejo del asilo,
para otros el número 20 del pabellón 4;
para mí, una hoja seca de antiguos otoños,
y para ellos, la cuota más alta del presupuesto.
No hay razón para tirar a los viejos,
la razón es apenas una hipótesis.
El dolor es un premio a la miseria,
y la alegría ... ¿qué cosa era?
No hay comentarios:
Publicar un comentario