Con sus tapas ajadas y las hojas acigarradas y sucias de tanto manoseo, el cuaderno reposa sobre la mesita de noche esperando ser abierto nuevamente.
Es el ejemplar Nº 3 y hasta ahora último de una serie de pequeños tomos de 50 hojas, donde discurren alternadamente, escenas que desgarran y otras que se suavizan en ilusiones, como partes indivisibles de una misma historia de violencia de género, que siniestramente aprendimos a disimular en la cultura machista que gobierna en todos los ámbitos.
Su autora, Margot de la Serna (nombre de guerra), desgrana de manera azarosa sus vivencias en: “Confesiones de una prostituta”.
En los momentos de “descanso”, Margot se dedica a la escritura. Un modo de gritar, en la silenciosa vastedad de todas las ausencias, un pedido de auxilio para su alma en pena.
En ese drama se entrelazan, casi con furia, el vacío afectivo que, desde su más tierna infancia, la confundió con la idea de que así era la vida; dura y penosa. Y le puso el sello de la ignominia. La adolescencia apenas la conoció de paso, y en loca carrera la lanzó a la adultez con apenas quince años, aferrada a las relaciones carnales con la pobreza extrema. Su vida fue un grito que nadie escuchaba; un fulgor de fraguas ardientes que forjaron el acero de su carácter, en sedosa resignación y entrega, en la codicia ciega de los dueños de la noche.
“–Hoy es domingo -escribió en la primera plana-. Para el común de la gente es día de familia, de encuentro; día de compartir en la mesa los anhelos y los éxitos, los desafíos y las frustraciones de todos y cada uno de sus miembros; pero también es el día en que se llora a los que faltan.
Luego vienen una serie de jeroglíficos y anagramas indescifrables, que acusan un alto en la escritura. Hay una pausa impuesta, quizás por los nudos que acostumbran a anudar las gargantas afligidas, que se quedan sin la expresión justa.
“–Para mí, este es un día de lamento -continúa la escritora-. Mi “familia” está compuesta por otras prostitutas que, como yo, tienen asegurada la cama, pero no así la mesa; porque la mesa donde se come es de amarga madera, y su mantel no tiene el olor del pan que se amasa en la intimidad de la familia, sino de aquel que amasa el dueño del prostíbulo para el cual se trabaja; y por lo tanto no es mesa duradera, sino que cambia constantemente como los rostros de los que se sientan a ella.
“–En este oficio de satisfacer el instinto animal de los cavernícolas de estos tiempos, sólo se aprende a ser bestia domesticada, de suaves modales y boca caliente. En este oficio, aprendí a vender, no tan solo mi cuerpo, sino también las vanas ilusiones de los que desean ser poderosos, aunque en unos minutos se les esfumen sus sueños. Ser prostituta no es ser pecadora, es ser víctima.
Y vuelven los tachones sobre lo escrito, como queriendo ahogar algunos recuerdos, o tal vez palabras que no se condicen con la brutalidad del relato, porque no tienen parangón con la letra escrita.
“–Yo me remonto ahora -dice-, como un rustico barrilete de papel y engrudo, con su cola de trapo anudada en jirones sucios, a la memoria azulada de mis años juveniles, cuando la rebeldía anclada en la sangre, me llevó a buscar, por falsos caminos, la huella de un destino mezquino y huidizo. No era lo que yo quería, pero era la forma de hacer notar que mi grito silencioso, buscaba ecos que le devuelvan la seguridad de una existencia hasta ahora negada, casi suprimida.
“– ¡Qué mal que me salió la jugada! -prosigue- Hoy no tengo nada, sólo el mismo dolor con un matiz diferente. Sigo siendo nadie en la espesura de la noche que duerme, bajo la luz tenue del engañoso placer del sexo. A costa de mi libertad, hago libres a los oprimidos de sus esclavizantes fracasos. Soy una simple prostituta, nada más que eso.
“–Tengo el alma marchita, como una flor arrojada al viento caliente del norte, como una hoja de otoño pisoteada y quebradiza, aunque mi figura, sensual y provocativa, se asemeje al deseo de poseer que los hombres corporizan en mis senos, mi vientre o mi trasero.
“– Quiero irme de este mundillo apestante de putrefactas rutinas; pero de nuevo me veo sola y rechazada por una sociedad cruel, de donde salen los señores que me poseen; y me vuelvo sobre los mismos pasos, a seguir entregándome bajos los fingidos espasmos de orgasmos inexistentes, para llenar de gozo al machismo recalcitrante de mis amos. Soy una pobre prostituta, nada más que eso.
“–Siento en la piel del alma el rencor por mi propia vagina, la detesto. Como perra angurrienta devora las hordas salvajes de las aberraciones consentidas, porque no soy dueña de ella, sólo soy su tenedora, su continente, que a veces repulsa los sucios amasijos de carnes inertes, que se empecinan en sentirse hombres. Otras veces haciendo alarde de sus dotes, se pertrechan tras los muros viles de sus egoísmos. Yo sólo soy la prostituta, nada más que eso.
“– Estoy sola, vacía y desmembrada. Tengo treinta y cinco años de penumbras sobre la piel de este monstruo sensual y delicado, llamado Margot de la Serna; que aprendió a dar caricias sin recibir ninguna, ni cuando niña, en el hogar que me expulsó con la indiferencia, porque el hambre dictó la ley del sálvese quien pueda. Tampoco las tengo ahora, como retribución del placer que vendo, negándome a mi misma.
“– Cuando la muerte me honre con su manto de olvido, bajo la piedra fosal que tape mi vergüenza, sólo descansarán mis huesos; porque mi alma ardorosa de justicia, buscará en Dios el remedio para sanar sus heridas; y entonces, sólo entonces, quizás conozca la vida.
El Cuaderno Nº 3, con su tapa ajada y sus hojas acigarradas y mugrientas, espera ser abierto nuevamente. Quizás entre sus páginas esté la llave maestra que abra todos los candados.
Eduardo Albarracín
Es realmente una historia cruel y desgarrante,que tal vez pase a mucha gente de nuestra sociedad que sin quererlo o comenzando por algo bien retribuido ,se fueron matiendo sin poder salir más de él.
ResponderEliminarMuy bien contada,aprecio Eduardo tu efusividad al escribirla.Felicito tu rica espontaneidad.