Hoy tengo ganas de hablar contigo, Dios mío.
Decirte, por ejemplo,
que perdido en el templo, me cuesta encontrarte.
Hay tanto vacío y tanta soledad
entre esas paredes bermejas,
olor a viejo y a incienso enmohecido…
que tengo la impresión que allí no vives.
Miro esos rostros atentos a los flashes
de las cámaras inoportunas,
que convierten tu sacrificio en un espectáculo
de moda, de glamur, de galería.
Y tú Señor…
hablando solo, con un monólogo displicente,
que aburre a la concurrencia.
¡Hipócritas! quizás grites desde tu atalaya,
mientras ellos aplauden a los artistas
que desfilan frente al altar del holocausto.
Perdón, Dios mío por atreverme,
en mis desvaríos, a buscarte entre las piedras
que amontonan los constructores de ídolos.
¿Quien te encerró en vetustas estructuras?
Esos mismos que cuando saciaron sus egos,
miran el reloj a cada momento
ansiando el final de la “ceremonia”,
o buscando entre sus “contactos”
quien los saque del apuro.
Ya llegará el Domingo de Ramos…
Batiendo palmas al grito de ¡Oh sanna! ¡Oh sanna!
correrán por la plaza para ganar el banco,
mientras tú, desde atrás y otra vez en soledad,
seguirás con amor solícito el desbande de tu rebaño.
Perdón Dios mío, porque huelen a viejo
y a incienso enmohecido,
las bermejas y áridas paredes de nuestras almas.
Decirte, por ejemplo,
que perdido en el templo, me cuesta encontrarte.
Hay tanto vacío y tanta soledad
entre esas paredes bermejas,
olor a viejo y a incienso enmohecido…
que tengo la impresión que allí no vives.
Miro esos rostros atentos a los flashes
de las cámaras inoportunas,
que convierten tu sacrificio en un espectáculo
de moda, de glamur, de galería.
Y tú Señor…
hablando solo, con un monólogo displicente,
que aburre a la concurrencia.
¡Hipócritas! quizás grites desde tu atalaya,
mientras ellos aplauden a los artistas
que desfilan frente al altar del holocausto.
Perdón, Dios mío por atreverme,
en mis desvaríos, a buscarte entre las piedras
que amontonan los constructores de ídolos.
¿Quien te encerró en vetustas estructuras?
Esos mismos que cuando saciaron sus egos,
miran el reloj a cada momento
ansiando el final de la “ceremonia”,
o buscando entre sus “contactos”
quien los saque del apuro.
Ya llegará el Domingo de Ramos…
Batiendo palmas al grito de ¡Oh sanna! ¡Oh sanna!
correrán por la plaza para ganar el banco,
mientras tú, desde atrás y otra vez en soledad,
seguirás con amor solícito el desbande de tu rebaño.
Perdón Dios mío, porque huelen a viejo
y a incienso enmohecido,
las bermejas y áridas paredes de nuestras almas.