No me inunda el mar convulso
que ruge entre líneas
cuando te escribo mis versos;
más bien siento el sosiego de la espera,
flotando por debajo de las olas
donde no acosa la rompiente.
Y es recién ahí cuando me siento orilla,
dispuesto a beber de tu boca
la bravura de tus crestas,
erizadas de sal y arena.
Es recién ahí, cuando siento el golpe
de la sangre que arremete sin mesura,
hasta erosionar el acantilado
donde cuelgan los nidales tus besos.
Antes que eso,
no me inunda el mar convulso
que ruge entre líneas
cuando te escribo mis versos.