HOLA AMIG@

Amigo de las letras y de los sones que ellas encierran, agradezco tu presencia en esta sinfonía de palabras, que sólo enmudecen para escuchar tu silencio. El precioso silencio de quien disfruta de la lectura. Te dejo mis versos y mis cuentos, para que vayas despacio, hacia tu propio encuentro.

miércoles, 2 de marzo de 2011

La Iguana

  (Iguana - Foto propia)

En el parque de mi casa de campo, vive desde hace ya un buen tiempo, una familia de lechuzas que construyeron su cueva casi al pie de una pequeña yuca. En el principio era sólo una pareja, ahora ya son cuatro. Pensaría que es el matrimonio y sus dos hijos.
A la siesta, suelen entrar en el galpón por una rendija que queda entre el portón y la pared, y allí se protegen, en el verano del sol y en el invierno del viento. Cuando yo llego y abro el portón, hacen alarde como si fuera que voy a atacarlas, pero luego se tranquilizan y salen volando y se posan en la copa de los árboles cercanos al nido. Desde allí observan mis movimientos. En verdad, me tienen por un intruso.
Hace unos días, mientras cortaba el pasto, escuché que las cuatro - al unísono -  gritaban alarmadas desde distintos lugares y me obligaron a mirarlas. Ahí descubrí que todas miraban, con sus ojos más redondos que nunca, hacia el nido, y me obligaron a mí también a dirigir hacia allí la mirada. La alarma estaba bien fundada: Una iguana se adueñaba de su casa. Era una salteadora en plena siesta que aprovechándose de la ocasión, entró a comer lo que había en casa de la familia lechuza.
Rápidamente pensé en la camada de huevos o quizá en los polluelos indefensos dentro de la cueva, y supuse el dolor que sentirían las lechuzas al ver, impotentes, este siniestro destino.
Tomé parte por ellas y provoqué algunos movimientos tratando de que la iguana saliera de la cueva, pero no tuve éxito. Al rato la vi salir, con su lengua viperina relamiéndose el hocico, lo que me indicaba que estaba satisfecha de su almuerzo. Las lechuzas se lanzaron en vuelo rasante sobre ella pero no lograron amedrentarla. Estaba tan llena que no podía moverse.
Parada en la puerta de la cueva, como dueña y señora de su casa, esperó un rato que se le asentara la comida, tanto que me dio tiempo para traer mi celular y fotografiarla. Hasta podría decir que "posaba" para la foto la muy descarada.
Esto no es más que una rutina en la vida silvestre. Es tan frecuente como lo es la necesidad misma de vivir que tenemos todos en el reino animal al que pertenecemos; pero no obstante me dejó sabor a bronca.
Y asocié rápidamente con lo que pasa en nuestra sociedad humana. Cuantas iguanas y cuantas lechuzas convivimos en este peligroso juego del sálvese quien pueda, al que lamentablemente nos estamos acostumbrando.
Vivimos en una sociedad cuyos valores suenan a anécdota. Decir hoy que se es respetuoso del otro, servicial, honesto, es ponerse en el tapete como una especie en extinsión. Un dinosaurio de la moral y la ética.
Cuantos nidos con sus polluelos son hoy asaltados y saqueados por los inescrupulosos que hacen su sucio negocio con el alcohol y la droga, contaminando el cuerpo y el espíritu de nuestros jóvenes; cuantas iguanas carroñeras hacen sus diferencias prostituyendo a nuestras hijas, y cuantas lechuzas indefensas que no aprendieron a defender a sus hijos los entregan sin escrúpulos por unas miserables monedas, haciéndole el juego a los enemigos de la vida. Cuanto hay de todo esto en nuestra sociedad llamada moderna, pero en el fondo cavernícola, pues a pesar de todos los adelantos estamos más atrasados que nunca.
Cuanto dolor provoca, a diario, el asalto a la vida misma. No es lo material lo que importa, sino la vida que para esos salteadores no tiene valor y que solo es un circunstancia en el tiempo. Así como la iguana de mi historia, se quedan impasibles frente al daño que causan y se regodean en la impunidad que parece asistirlos.
¡Qué lástima! Cuanto hemos perdido y que poco hemos ganado con la llamada libertad y los derechos humanos. Derechos humanos es tener trabajo digno con salario digno. Tener salud y educación para crecer como personas y como sociedad en su conjunto. Tener libertad es desarrollarse en armonía y no desafiar a los trenes cruzando con las barreras bajas. Tener educación es tener la posibilidad de educar a nuestros hijos en los valores de la libertad y el compromiso ciudadano y no enseñándoles desde pequeños a transgredir las normas. De verdad, para estar a tono con los tiempos que corren, hemos tenido que aprender a vivir roles alternativos, entre víctimas y victimarios. Nuestra sociedad es una selva sin códigos, hoy iguanas mañana lechuzas.
No nos resignemos a que saqueen nuestros nidos. Los bienes materiales son tangibles y pueden, o no, recuperarse; pero el espíritu, el alma de nuestros jóvenes es un bien intangible, cuyo valor es inconmensurable y cuando esto se daña o se lastima, es irreparable. No pensemos egoístamente; nuestros hijos, los hijos de la carne, son hijos de la sociedad y así como nosotros, ellos también le pertenecen y en sus manos está y estará por siempre, la impronta de nuestra conducta.

Eduardo Albarracín

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