Un calor seco y agobiante se desplomaba sobre la frente del enfermo agonizante. Ya le habían desconectado el respirador artificial y quitado las sondas por donde lo medicaban.
La familia, unida en oración, imploraba el desenlace como una gracia debida.
En medio de las súplicas murmurantes, el enfermo se incorpora y pide de beber un vaso de agua, solicita que le abran la ventana, que lo aseen un poco, le rasuren la barba y lo peinen adecuadamente.
Espantados los parientes acceden a sus pedidos casi con urgencia. “Para mandar un enfermo al otro mundo hay que tomar ciertos recaudos” -pensaron.
Cuando lo estaban peinando, recién le retiraron el audífono.
Eduardo Albarracin
Excelente. Como siempre.
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