La noche afiló sus cuchillos
en el esmeril de las estrellas,
y sus filos encendieron
estremecidas auroras
en la niña de tus ojos negros.
Cómo dos cálices
de un ritual pagano,
el frío en la copa del árbol
titila en la madrugada,
mientras en tu boca de buen vino
el estirado aliento que me embriaga.
Abrázame, tengo la piel helada.
Se me estiran las venas
al compás de los latidos de tu alma,
que a cada beso se derrama
como manantial de mansas aguas.
Abrázame antes,
de que los cuchillos de la noche
se devuelvan a sus vainas.
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