Sabía que no era de este mundo. Se lo habían contado desde que tuvo uso de razón y él fue asimilándolo de a poco. Su padre adoptivo lo crió con amor solícito, le trasmitió su cultura y hasta le enseñó un oficio. Así fue creciendo, mientras guardaba con ardoroso celo el secreto de su existencia, hasta que fuera el tiempo del anuncio.
Cuando se difundió la noticia, el escéptico mundo lo ignoró por completo. Entonces consideró que llegó la hora del regreso y, sólo unos pocos, lo vieron elevarse por sobre sus cabezas.
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