¿Qué me dices de la impertinencia del espejo?
¿Has reparado, acaso, en su blasfema reticencia,
al devolver distorsionada tu imagen?
No puede hacerte eso, tú no lo mereces.
¿cómo puede, el insolente,
mostrar esas arrugas esquinando tus ojos,
y esas muecas sutiles que desdibujan tu boca
cuando sonríes?
Tus manos tersas, opacas él las muestra,
y tus sutiles ojeras en remarcarlas se empecina.
Duro con él, lo le perdones.
Así empieza y luego injuriándote termina.
No agradece las suaves caricias de tus manos
cuando lo limpias
ni el oleaje perfumado en que lo envuelves
cuando te alistas.
No cometas la osadía
de quitarte las ropas delante de sus ojos,
flácidas pueden verse tus piernas, de por sí esbeltas,
en ese vidrio sin escrúpulos,
y tus redondeces, capaz, se vean caídas.
No le creas, son celos de cristal y luna,
tú sigues siendo tan bella como antes,
con la diferencia, que la belleza ahora luce
en el adornado alhajero de tu alma.
Eduardo Albarracin
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