(Imágen de Internet)
Noche de plenilunio. Un resplandor azul se difusa en la profundidad del cielo, y una angustia de muerte se me instala en el pecho.De pronto me veo girando en frenética rueda, y que son cuatro los círculos que aprisionan mi esencia. Cuatro círculos entramados entre ellos que giran en todas las direcciones sin detenerse. Y llenos de ojos me veo.
En el eje que soporta las ruedas, reposa mi corazón cubierto a su vez por el cerebro, y unas manos que no son las mías, veo que los sostienen.
Luego descubro que un cubo gigante, lleno de pequeños cubos, como píxeles, me rodea, y que a la vez me miran con penetrante mirada; y me asfixian y me reducen a cosa endeble.
Ahora oigo un rumor como de río y una canción que llega lejana, y son sus sonidos como lamentos que completan el cuadro de mi pena.
Quiero escapar pero no puedo, hasta que los cubos pequeños empiezan a disparar dardos de fuego que parecen hendirse en mi cuerpo, cuerpo que yo no distingo, pero lo siento. Y un coro de voces, al unísono, gritan mi nombre y frases desconocidas lo complementan.
Ahí supe que los cubos pequeños, que entre todos forman el cubo más grande, son en realidad todos los poemas escritos desde la diáspora hasta los confines del universo. Y en cada verso estoy yo encarnando sus letras.
Un temblor sacude toda la tierra donde estoy parado, y miles de partículas cósmicas me bombardean y me empujan hacia un agujero negro; pero no caigo en él, sino que quedo parado al borde.
Ahora me veo hombre vacío de sentimientos, enamorado escalando las rejas, saeta de mortal veneno, gladiador en retirada, playa de blanca arena, luna y canción adheridas al beso, misterio y agonía, dolor y silencio. Piedra arrojada al mar bravío, gota de lluvia en los océanos, paloma herida de sangrante pecho y espuma de coral y cielo.
Todo eso soy yo en cada poema, y se multiplican por millares los roles que tengo desde que fui creado; pero nada me estremeció más que saberme cruz de resecos leños, clavo oxidado penetrando los huesos y lanza clavada en el costado abierto.
No sé en qué momento, me transformé en carro de fuego y sentí que el ardor de la flama me elevaba por el aire, rodeado de relámpagos y de truenos. Cuando atravesé las nubes, ya me sentía liberado; y descubrí que era de nuevo hombre de carne y hueso.
Cuando creía que al fin escapaba de ese infernal tormento, me encontré con el verbo que, extendido, ocupaba todo el largo y el ancho del firmamento. Con voz potente me dijo: ¡Vuelve! y escribe todo lo que has visto y oído.
Y descendí con premura a obedecer la sentencia de ser un simple testigo. No fui nombrado ni discípulo, ni exegeta, ni siquiera profeta; sólo testigo.
Al llegar al suelo, descubrí que el cubo ya no estaba. En su lugar, corría un río de tinta que socavaba nuevos cauces en la tierra yerma y que me impedía cruzar a la otra orilla donde estaban los libros, con sus páginas en blanco para que yo escribiera en ellos. Su blancura reflejaba el amarillo pálido de luna que seguía alzándose en el cielo.
Luché con denuedo hasta que conseguí alcanzarlos, justo en el momento en que la tinta empezaba a tocar el borde de sus páginas. Eran libros muy pesados, pero logré ponerlos a salvo. Luego de esto, caí rendido, exhausto, y me quedé dormido…
…Ojala mañana, cuando despierte, sea un poeta.
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