La pequeña cascada
suelta su música
a cada golpe de piedra;
y con el corazón roto
en millares de perlas,
el sublime estupor del agua
se vuelve mansa niebla.
Así es el alma del poeta.
A veces necesita una herida
para hilvanar sus versos,
y otras tantas le basta una caricia
para soltar la locura de una prosa,
que se desgrana entre los dedos
como espiga madura.
Es que la fuerza del amor
está más allá de toda lógica.
Se abraza o se suelta,
se toma o se deja,
se entrega o se aleja.
Se lucha hasta el fin y se vive
o por amor se muere.
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