No pudo el silencio
ganarle a mis
silencios
-rotos en
otras contiendas-
cuando la palabra
-a
borbotones-
desangraba mis secretos.
Se abrieron como
flores de yeso
-en la
sequedad del desierto-
para fertilizar el hambre
que tienen los versos,
-en el hueco tibio
de mi voz reseca-
Para gritar en vano,
-mientras bate rojos
pañuelos-
la original confesión de la sangre
que mi silencio transgresor
tergiversa a los cuatro vientos.
He roto el pacto.
Ahora vuelvo avergonzado
-rendido de tanto verbo-
a mascullar los gruñidos
de mi voz quebrada y absuelta.
-Nunca
aprenderé-
me condena el sórdido rumor
de los poemas y sus pies descalzos
pisando las hojas que quemó el invierno
-cuando tu
apagabas el fuego-
que ardía en nuestros pechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario