Para beberlo de tu fuente
busqué los cántaros de la vieja arcilla.
Tímidamente metí mis manos
por el ombligo abierto de tu falda,
y a puro tacto fui desandando las sendas
de tus caminos olvidados.
Para abrir una luz en esa selva penumbrosa
de tus viejas soledades.
Y cuando percibí que el silencio
perturbador de tu pecho,
se volvía agitado murmullo de ríos sin cauce,
ahogué el grito de nuestras bocas abiertas
en el momento justo del desborde.
Y ya libres bebimos entre sollozos
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