Un escueto desierto
alumbra dentro de mis ojos,
impediendome medir
la sinuosa cartografía
de tu cuerpo que se levanta.
Ondulante como un viejo mar,
que se agita entre tempestades
de olvidos y promesas
que no cumplirá nunca,
porque no dependen de sí
sino de lo que guarda dentro.
A contracorriente del deseo que huye.
Sin embargo mis manos,
expertas luciernagas
buceadoras de la noche,
siempre llegan al punto
cenital de tus curvas
donde se ahondan las latitudes,
de distancias aún inexploradas.
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