En una hoja otoñal
escribí un criptopoema.
Hoja de nervios resecos
sin pulso y sin reflejos,
ahora late, al influjo de la tinta,
con un corazón de versos.
Ahora tiene voz su silencio
y en sus crujientes huesos,
una anatomía de palabras
le devuelve el movimiento.
Se eleva con la brisa
y se monta en el viento.
Allí va mi poema,
esparcido y melancólico
en un ritual de ocres y amarillos,
pregonando en los árboles,
el sentido de la muerte
mientras la raíz duerme, indiferente.
A sombras del lenguaje,
mis versos,
captan la vibra del universo;
y se refugian en la urdimbre
de la araña que teje
entre las hojas un rocío de perlas.
Una hoja otoñal
guarda la vida después de su muerte.
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