El pájaro trina
aún con sus alas rotas.
En la espesura de su dolor,
resiste.
En la melodía que brota de su aliento,
espera.
La vida y la muerte viajan juntas
y sólo se separan
cuando el tiempo madura
los frutos de cada entraña.
Unos primero,
otros luego;
pero siempre maduran;
y el pájaro lo sabe.
Lo que el pájaro no sabe,
es que no siempre
están abiertas las ventanas;
porque el humano es un animal
hecho para el encierro.
Se ensimisma.
Así cierra las puertas de su alma
y a su corazón le echa aldabas.
El dolor del otro le es indiferente,
pero sale en busca de consuelo
cuando se ahoga en su propio llanto.
En el fondo, más allá de todo,
el hombre es un animal
que vive su libertad estando atado.
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