Los álamos desnudos
levantan sus brazos al cielo,
mientras la raíz duerme
su letargo de invierno.
La sangre del árbol se aquieta,
acunada por la tibieza del suelo,
que guarda entre sus guijarros
el rescoldo de los soles de enero.
Ay amor, te necesito suelo;
mí sangre bulle entre tus brazos
apretados a mí cuerpo; y tu boca
es un sol abierto en cada beso.
Ay amor, no dejemos que el invierno
enfríe nuestros sueños,
podremos perder las hojas
pero nunca cerrar nuestro cielo.
Abracémosnos esta noche.
Y dejemos que el lucero
descubra nuestra desnudez
entre las sábanas desprolijas
de nuestro lecho.
Juguemos a ser, yo álamo y tu suelo.
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