El señor Cubero fue a visitar al oculista porque tenía problemas en el ojo.
El especialista, después de revisarlo, le dijo que lo suyo pasaba por otro lado, que era mejor consultara con un cardiólogo.
Cubero se quedó sorprendido, pero escuchó las sugerencias, por lo que fue a ver al médico.
El cardiólogo auscultó a Cubero, y le recomendó que se presentara al Sacerdote del Templo, pues el problema que detectaba era que tenía el corazón contrito.
Más confundido que preocupado, Cubero se dirigió al sacerdote para exponerle su problema, y este, después de escucharlo con minuciosa atención, le dio el diagnóstico definitivo: El problema de Cubero era que tenía la paja del ojo ajeno.
Eduardo Albarracín
ja,ja....buenísimo Eduardo.
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