Me pareció escuchar sus pasos subiendo la escalera. Me senté en la cama y corté la respiración para no hacer ruido y, torciendo el cuello, le presté oídos. Eran nítidos, no podían ser de otra persona, no, eran los de ella.
El corazón, en alocada carrera, subía hasta mi boca llenándola con sus latidos que se me inflaban los cachetes. Si la abría, seguro salía despedido hacia fuera.
Los pasos abrieron la puerta, un suave halo de frescura me acarició el rostro y el desgastado chirrido de las bisagras me indicó que la cerraba.
Me recosté de nuevo, apoyando la espalda desnuda sobre las sábanas heladas y me entregué a la fortuna: pase lo que pase. Relamí mis labios resecos con la lengua también reseca y lentamente empecé a respirar de nuevo. Me hizo el amor, estoy seguro que me hizo el amor, sólo que las almas no dejan huella de sus humedades.
Eduardo Albarracín
Bellísimo, sin palabras. . .Un abrazo, amigo.
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