(Imagen tomada de internet)
Los pasos se acercan taconeando con firmeza sobre la alfombra de la gran sala. El guardia, pegado a la pared de los bustos, se pone en posición de firme erguiendo el pecho inflamado de patriotismo. Son las doce de la noche, el reloj de la iglesia da sus campanadas con insistencia para que no haya dudas.
El Guardia espera, pero nadie llega. Los tacos adormecieron el paso redoblado sobre la alfombra, y una puerta, de goznes quejosos, encerró para siempre el regreso de la historia.
A espaldas del Centinela, el bizarro se acomodaba de nuevo en el cuadro. Quiso asegurarse de que ya no quedaban indios a la vista.
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