Hoy te vi, hermano, sufriente y acongojado,
cargando sobre tu hombro laxo y doliente,
el sombrío maderámen de la oscura muerte
que yo cultivé a la sombra de mi pecado.
Cobarde y vil, como un zorro descubierto,
hui presuroso de tan patética escena,
me dejé tragar por la soledad de mi pena
y en la angustia lloré a mares mi desierto.
Y desde el oscuro y sucio escondrijo,
vi pasar rostros extraños y desencajados,
que expresaban entre ayes desesperados
la suerte corrida por el tan mentado Hijo.
Así supe por boca de esos peregrinos,
mientras regresaban a mi tierra de Emaús,
que quien murió en el leño era un tal Jesús
pagando de una vez todos mis desatinos.
Alba del primer día, en pleno preparativo,
mientras piadosas mujeres iban al sepulcro,
un hortelano vestido de blanco muy pulcro,
les anunció en secreto que estaba vivo.
Aleluya, Aleluya, la muerte vencida
cayó de hinojos al mismísimo infierno,
mas todo el cielo con su gozo sempiterno
celebraba, de las albricias, la más querida.
Eduardo Albarracín
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