Llueve. La lluvia arrastra los huesos
desnudos del tiempo.
No hay clemencia para ellos,
son relojes muertos,
almanaques deshojados
que naufragan en las esquinas.
La ciudad yerma,
inquietantemente quieta,
se agita en el silencio del agua
que en diminutos universos
conquista los espacios, cada espacio,
donde mis ojos se posan
buscando tu sonrisa mañanera.
No hay otra manera
de soportar la lluvia
sino con este traje de otoño
que se me adhiere a la piel
de la nostalgia, mojándola
calladamente, insistentemente,
y que me hace caer en la cuenta
que es otoño también en mi alma.
desnudos del tiempo.
No hay clemencia para ellos,
son relojes muertos,
almanaques deshojados
que naufragan en las esquinas.
La ciudad yerma,
inquietantemente quieta,
se agita en el silencio del agua
que en diminutos universos
conquista los espacios, cada espacio,
donde mis ojos se posan
buscando tu sonrisa mañanera.
No hay otra manera
de soportar la lluvia
sino con este traje de otoño
que se me adhiere a la piel
de la nostalgia, mojándola
calladamente, insistentemente,
y que me hace caer en la cuenta
que es otoño también en mi alma.
Bello poema amigo. Abrazos otoñales.
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