La noche, mi noche, se vistió de seda. Tenue y sutil su velo bajo las estrellas, dejaba ver su cuerpo desnudo de sensual penumbra.
Mis manos, como brisa deslizándose traviesas entre el encordado de un arpa melodiosa, acariciaban su silueta sinuosa y atrevida.
Cuando llegaron ansiosas a la cúspide de su vientre, hubo un destello de amaneceres que borraron el perfil de mi memoria.
Ahí comprendí que la noche se vuelve aurora sólo cuando el amor roza la locura.
Eduardo Albarracín
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