Suave preludio de noche profunda
entre líneas oblicuas
de horizontes decantados;
y un compás de espera
entre las horas marchitas
de mi ayer y tu mañana.
Amanece ahora
en mis brazos abiertos,
extendidos de cruda nostalgia,
abrazando el ocaso encendido
de mareas y corales
allende las distancias.
Ven que ya no puedo
estirar más mis cansadas manos,
Ven y quémame los labios
con la braza ardiente de tu palabra,
y dime, por última vez, que me amas.
Aunque mienta tu boca
y lo sepan las razones,
te lo creerá la ilusión de mi alma
Eduardo Albarracín