El sinuoso camino lo había tensionado, así que decidió pasar la noche en un hostal que había al pie de las sierras.
Una atractiva recepcionista lo recibió amablemente y lo acompañó hasta su habitación.
-Si necesita algo, llámeme –acotó.
-Gracias –respondió.
Se miraron fugazmente y bajaron la cabeza.
La noche serena y el ambiente acogedor le resultó un bálsamo. Al día siguiente, bajó pensando encontrarse con la recepcionista, pero no estaba; volvería a la tarde. Decidió quedarse; había quedado flechado por esos ojos color miel.
Pero a la tarde no llegó. Vino una señora mayor.
-Esperaba que viniera la joven de anoche –dijo él.
-¿Anoche? –preguntó ella
-Sí, la joven que me recibió cuando llegué.
-Anoche no hubo ninguna joven aquí –replicó ella–, estuve yo y tampoco hubo pasajeros.
Confundido, se sentó en el sofá y tomó el diario para echarle una ojeada. El título decía: “Cae camioneta en cuesta de Calazán. Se desconocen las causas. Hay un muerto. El vuelco sucedió en el mismo lugar donde días atrás falleciera una joven turista al desbarrancarse su automóvil”.
Estremecido miró hacia la recepcionista y vio que la joven, parada detrás del mostrador, le sonreía amablemente.
Eduardo Albarracín
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