Vierten las piedras
su jugo de sol,
calcinante desierto,
y a pesar de todo
mi alma sobrevuela
preconizando sus misterios.
Sueño, luego existo.
Pétreos rincones la abrasan,
silencio de tumbas sin huesos,
la muerte cabalga
a horcajadas del viento
sembrando zozobra
a expensas de la existencia.
Pienso, luego subsisto.
A la frenética porfía
de mis únicos sueños
que me permiten estar vivo,
y en ese derrotero, tú,
alma gemela
de dogmas idénticos.
Peco, luego me arrepiento.
No te sueltes de mis cadenas,
rotas aldabas
de libertas conquistas,
que más allá de la fecunda muerte
está la tierra prometida.
Vivo, luego sufro las consecuencias.